01NEGROS BAILANDO

 

 

 

 

 

Sacado del Periódico el Universal de Cartagena y Escrito por:

 

Rubén Darío Álvarez Pacheco

01/09/2018 - 12:23

El haber descubierto que ciertos protagonistas de las novelas de la escritora norteamericana Tony Morrison eran tan racistas como algunos de los negros que crecieron conmigo en Cartagena, me hizo caer en la cuenta de que algunos de los nuestros no son los únicos en América que no quieren ser negros

Y esa actitud la corroboró el Departamento Nacional de Estadísticas (Dane), cuando su director confesó en esta misma ciudad que no sabía cuántos negros había en Colombia, debido a que había encuestas en las que se le preguntaba a la gente a menudo etnia pertenecía, muy pocos se reconocían como pertenecientes a la etnia negra, aunque con sobrados y evidentes motivos lo que eran.

Sin embargo, el desconocimiento, por parte del danés, de cuántos negros había en Colombia se recibió como un acto de ineficiencia operativa que dicho organismo supuestamente quiso ocultar señales a los mismos negros como negadores de nuestra propia etnia, cosa que sí es muy pequeña, o sea de que el danés sea o no una entidad ineficiente.

La verdad es la misma de siempre: muchos negros en Colombia, al igual que los personajes de Tony Morrison, no quieren ser negros. Es más: se desvalorizan y se desprecian entre sí en una clara manifestación de racismo que nunca se expresa abiertamente, pues a la larga el racismo colombiano es el mismo de toda Latinoamérica: un manto invisible que trunca, una veda que parece no estar cerca, una actitud hipócrita que atenta subrepticiamente contra la autoestima y el sentido de pertenencia.

Pero no es solo en el desprecio a nuestros iguales como suele manifestarse el racismo en Cartagena. También se presenta como una variación del oportunismo, que yo denomino "mamertismo étnico". Es decir: ese discursito antirracista que algunos negros manejan cuando les conviene que reconocen como negros y cuando les interesa generar comparación entre quienes figuradamente no los dejan avanzar porque son negros y, en muchas ocasiones, pobres; esto es, sin grandes patrimonios económicos.

Sí: para algunas cosas son negros y para otras no, comportamiento que se detecta fácilmente en esos sectores de negros en proceso de emblanquecimiento, quienes en realidad son el producto de una crianza también racista, como la que en algunas ocasiones recibí de parte de muchos de mis familiares.

Pero más que un asunto de dudas familiares, el tema me inquieta porque parece tener también sus raíces históricas. Y con seguridad las tiene.

Cuenta el maestro Juan Zapata Olivella que en los tiempos de la Colonia, pero más exactamente cuando comienza a darse las primeras manifestaciones importantes de rebeldía por parte de nuestros antepasados ​​negros, también hubo informantes de nuestras propias filas que mantuvieron al igual que los opresores, respecto Los movimientos que se realizan en las campañas antiesclavistas.

Entonces podría ser esa una de las primeras manifestaciones de desprecio por la propia raza que ya experimentaste algunos de nuestros antepasados. Muchos de ellos, lastimosamente muy equivocados, empezaron a convencerse de que no era bueno ser negro, no había conciencia de clase en ellos, mucho más cuando el mismo blanco opresor les prometía libertad y cualquier cantidad de beneficios con tal de que traicionaran a sus hermanos de raza

Desde ahí pudo haber tenido el proceso de emblanquecimiento de que han hablado, con mejores argumentos que yo, Juan de Dios Mosquera, Amir Smith Córdoba y recientemente la senadora Piedad Córdoba, para quienes esa búsqueda del emblanquecimiento consiste en nuestros negros y negras procuran " lavar "su piel acometiendo matrimonio con mujeres y hombres de piel blanca y, de paso, comunicándose a sus hijos y nietos que deben perseguir ese ejemplo, con el fin de que algún día" la raza fácil ". "Son como la guanábana" —dice muy acertadamente Piedad Córdoba—: negros por fuera y blancos por dentro ".

Les dijo que mi crianza no fue ajena a ese tipo de concepción de la felicidad para un ser humano concebido con ancestros negros de parte y parte, pues la familia de mi padre es digna representante de negros extraídos de la Costa de Marfil o del corazón del Alto Congo y asentados en las islas caribeñas, desde donde prosiguieron hacia la Costa Norte colombiana en donde una esclava recibió el apellido de su amo español. El de ella —el apellido africano— se perdió para siempre sin que ninguno de nosotros nos preocupáramos por recuperar ese tesoro invaluable para nuestro orgullo familiar.

De parte de mi madre, mi abuelo y mi bisabuelo fueron blancos que se fusionaron con mujeres negras, pero siempre fueron inculcando en sus hijos —ya fuera abierta o subrepticiamente— la idea de que había que "mejorar" la raza. De manera que desde muy pequeño me acostumbré a ver mis tías, tíos, primos y primas alisándose el cabello, haciendo comentarios negativos a sus iguales negros o chistes de mal gusto que aún persisten en la comunidad.

Pero no solo fue en mi familia, pues muchos de los vecinos que me vieron crecer en el barrio Santa María también fueron negros de escasos recursos económicos, quienes aspiraban a salir adelante; y salir adelante significaba igualar a los blancos que constituían la clase alta de esos tiempos. Parecerse a los blancos y dejar de ser negro era la aspiración común que se compartía en nuestros barrios de estrato bajo.

No recuerdo en qué lugar leí que "la verdadera desgracia del esclavo sobreviene cuando comienza un verso con los ojos del amo". No recuerdo tampoco si esa misma sentencia se refería exclusivamente a nuestros esclavos negros provenientes de África o si señalaba a todos los esclavos que existen en el mundo. De lo que estoy seguro es de esa misma frase es perfectamente aplicable al endorracismo, esa lamentable preocupación de ciertos negros y negros por ningún querer acepta como negros desde que se acostumbraron un verso con los ojos de quienes discriminan.

Es esa, entonces, la causa de que en el Palenque de San Basilio los viejos descendientes de los antiguos fundadores no quisieran que sus hijos y nietos hablan el bantú —o lengua palenquera, que llaman otros— por considerarlo un atraso, equivocación relacionada que afortunadamente el movimiento Mini ku suto y la corriente de etnoeducación, con sede en Cartagena, lograron desvirtuar para bien de la misma comunidad.

Eso es mirarse con los ojos del discriminador es también la causa de que entre nuestros negros se utiliza la palabra pero como un pequeño "alivio" para la "carga" que significa ser negro. De acuerdo con eso se dice: "yo soy negro, pero orgulloso"; "él es negro, pero buena gente"; "nosotros somos negros, pero honrados". Es decir, el ser buena gente, honrados u orgullosos los "salva" un poco de ser negros, que es, a fin de cuentas, la única "molestia" para quienes crecen no queriendo ser negros.

Tal vez el ejemplo más patético que tengo respecto a esta autodiscriminación inconsciente que nos acosa, yo lo dio muy arrogantemente una novia que tuve años atrás, cuya piel era tan oscura y tan hermosa como la de las palenqueras que he visto desde niño con sus productos en las calles de Cartagena. Sin embargo, esa novia remota se mostró visiblemente ofendida un día en que cariñosamente le grabó su hermoso color negro y respondió con un gesto extremadamente altanero: "Me haces el favor. Yo no soy negra. Soy morena. Negras son esas señoras que venden platanitos ". Y en este triste pasaje me permito tomar al pie de la letra un aparte de la conferencia Etnoeducación e Inequidad: reflexiones para una propuesta ante la contrarreforma educativa y social en un contexto global, del investigador toludeño Nicolás Contreras, quien logra una magnífica explicación de por qué estamos tan equivocados con la palabra "moreno". Y dice lo siguiente:

El término moreno "... curiosamente, procede de la voz arábiga" moro "o" moruno ", es decir el negro, asimilado al Islam en el norte y occidente del África subsahariana, que una vez islamizado hizo parte de las tropas comandadas por un caudillo berebere (negro), Tarik Ibn Ziyah, quien sea el peñón de Gibraltar en el siglo octavo para dar inicio al dominio de los "moros" en la península Ibérica. Es entendible que nadie quiera ser nombrado como perdedor u otro otro imaginario ominoso. Y eso es difícilmente uno de los grandes desafíos de la etnoeducación, poner en discusión estos prejuicios neurolingüísticos, aunque insignificantes, muchos mucho en la psique intelectual y colectiva del ser y se sentirán en su autoestima ".

Entonces, vemos cómo muy alegremente los negros cartageneros prefieren autodenominarse "morenos" sin saber que siempre que lo hacen vuelven a ser negros aunque no lo quieran. Y con eso le dan licencia a nuestros discriminadores para que nos llamen "morenos", "morenitos" o "negritos", ya que supuestamente la palabra "negro" es ofensiva, al igual que la palabra "indio", que ni siquiera es americana ni nada tiene que ver con los primeros nativos de este continente.

Por ese camino le han quitado el derecho a nuestro cabello de que se erija como uno más entre todos los tipos de cabellos que hay en el mundo, debido a que supuestamente el pelo crespo que crece en nuestras cabezas es "malo". "Ella tiene el pelo malo", dice dados para describir a la negra que termina aplicándose aliceres en el proceso de emblanquecimiento que le inculcaron sus padres. "El nacido con el pelo 'bueno', pero se le ha puesto 'malo' ahora de grande", también se indica cuando se habla del negrito producto de la unión de un negro con una blanca o viceversa, quienes se hallan en medio del mismo sistema de autonegación, como cuando se afirma: "él es más negro que yo", como significando el prójimo está en peores condiciones que quien hace dicho señalamiento.

Y esa misma autonegación suele convertirse en una talanquera impuesta por esos mismos negros cuando creen que no tienen derecho a solicitar trabajo en equis institución por el color de su piel; cuando creen que sus hijos no pueden llegar a una universidad porque, según ellos, los negros no somos tan inteligentes como para competir con estudiantes de piel clara; cuando piensan que no merecen conquistar a una mujer blanca, porque hasta el amor es inmerecido para quienes nacimos oscuros como la bella noche.

De manera que también me permito disentir, muy respetuosamente, de quienes miran en el lenguaje y en la semántica una forma de discriminación o burla racial cuando habla de "aguas negras", "negro destino", "oveja negra" y otras designaciones que nada tienen que ver con el racismo. Para mí esas concepciones también son propias del mamertismo étnico, del endorracismo y de la auto negación.

Siempre se ha dicho, y es científicamente la verdad, que el color negro es la negación de todos los colores y por esa razón se asocia con las cosas oscuras, con lo siniestro, con lo malo, sin que eso tenga que constituirse en una agresión lingüística para nuestra raza.

Volviendo al tema de los matrimonios entre blancas y negros; y entre negros y blancos, que nuestros abuelos miraban equívocamente como la posibilidad de "mejorar la raza", hago la salvedad de que nunca el estado en desacuerdo —ni lo estaré— con ese tipo de uniones, ya que al fin y al cabo somos hijos de Dios, esa tremenda energía positiva que se mueve al universo y para la cual no existen los colores, ni las razas, ni las fronteras, ni las religiones ni los fanatismos políticos, sino los méritos espirituales que cada padre debería inculcarle a sus hijos, sean negros, blancos, rojos, amarillos o mestizos.

Y es aquí en donde le encuentro sentido a la palabra "Afrodescendiente", ya que debo confesar, al principio pensé que se llaman de otra celada del miedo que tenemos a llamarnos negros, pero gracias a los magníficos argumentos de Edwin Salcedo, Dorina Hernández y Dionisio Miranda, entre otros, pude entender que más bien se trata del término más preciso para abarcar a ese gran porcentaje de colombianos y americanos que llevamos, por dentro y por fuera, la imborrable impronta de los tatarabuelos que parió el gran continente negro.

Tampoco veo nada malo en que negros y negros se alisen el cabello, pues cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que guste, siempre y cuando ese gusto no se convierte en un trampolín para alzarse altaneramente sobre los hermanos de raza, tratar, ignorantemente, de integrar etnias en las muchas veces resultamos pésimamente recibidos o siempre recibidos.

De modo que si negros y blancos se realicen matrimonios, que el objetivo no sea mar dejar de ser blancos o dejar de ser negros; que el objetivo sea constituido en mejores seres humanos, que, es un final de cuentas, el ejemplo que necesitan los hombres del futuro. Es decir, nuestros hijos y nietos.

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